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La Federación de Educadores (Fecode) fue la primera gran organización que anunció su respaldo total a los acuerdos de La Habana y se comprometió a promover activamente la participación de la ciudadanía en el plebiscito. Ya habían manifestado su rechazo a las manifestaciones de ciertos sectores de la ciudadanía aupados por las jerarquías de la Iglesia y algunos sectores políticos que se resisten a aceptar que la diversidad sexual existe desde siempre y debe ser respetada.

Nadie debería esperar una conducta diferente de quienes han optado por dedicar su vida a la formación de las nuevas generaciones. No podría imaginarse que justamente los maestros se dedicaran a promover entre niños y jóvenes actitudes de gallos de pelea, vendettas y odios insuperables. Por el contrario, la lucha diaria de cada comunidad educativa consiste en aprender a convivir, resolver los conflictos por la vía del diálogo, trabajar en equipo y valorar la diversidad como riqueza.

Cómo van a oponerse a la solución civilizada de un conflicto de medio siglo quienes cada día ven en sus colegios los estragos de la violencia. Sería incomprensible que quienes se han mantenido allá, en los campos lejanos donde se ha librado la guerra, no supieran el significado de detener la muerte de sus niños, la descomposición de las familias o el reclutamiento de los estudiantes. Porque conviene recordar que donde las tomas guerrilleras, los bombardeos de cilindros y las extorsiones fueron desplazando a la gente y a los funcionarios, los maestros se mantuvieron en sus aulas. En la lista de víctimas hay educadores que a veces por su arraigo y a veces por su oficio fueron asesinados o desplazados.

Una paz duradera comienza con el abandono de las armas, que felizmente ha sido pactado. Pero sabemos que no es suficiente mientras persistan la inequidad y la ignorancia. Estas son dos tragedias que deben superarse si el país quiere iniciar una nueva etapa de su proceso de civilidad. Abrir oportunidades de educación es indispensable para que quienes hoy inician su camino en la vida puedan acceder a las mejores oportunidades que ofrecen el país y el mundo. Pero también se requiere conocer la historia, ser capaces de participar en la vida pública y leer con capacidad crítica los discursos mentirosos de quienes desde cualquier orilla ideológica pretenden manipular a un pueblo que consideran tonto e ignorante.

Para hacer verdadera democracia y desenmascarar a los demagogos que solo actúan por su interés personal se requiere una educación de la más alta calidad. Se necesitan maestros que comprendan que su acción política más importante es la formación de ciudadanos conscientes, capaces y convencidos de que pueden transformar la realidad para hacer un mundo mejor.

Los esfuerzos de los últimos años para ampliar la oferta educativa y para avanzar en las condiciones de calidad deben ser sostenidos y deben involucrar cada vez más sectores de la sociedad. Colombia no puede darse el lujo de seguir teniendo una educación tan segmentada, con diferencias enormes entre la educación pública y la privada, los sectores rural y urbano, departamentos ricos y departamentos aislados de la modernidad. En este esfuerzo por la igualdad social tienen un papel esencial los maestros, pues son ellos quienes garantizan ese cambio social en cada colegio y en cada actividad pedagógica.

No tengo duda alguna sobre el enorme impacto que tendrá en el país el compromiso de los educadores para promover un Sí enorme que abra nuevos horizontes a los niños, los jóvenes y las familias.

Este debe ser un eje ineludible de la discusión sobre el Plan Decenal de Educación, pues en la década que viene no habrá ningún asunto más importante que la construcción de la paz, labor que se hace en la mente de cada ciudadano, en sus deseos y en su actitud frente a los otros.


Francisco Cajiao

fcajiao11@gmail.com