Ciencia: El cerebro, la obra maestra de la naturaleza
Todo comenzó con el dibujo. Los padres de la neurociencia sólo podían recurrir a él para convencer a sus colegas de la veracidad de sus observaciones al microscopio. Por si fuera poco, la enorme complejidad de la estructura del sistema nervioso les impedía dibujarlo todo y debían elegir únicamente aquellos elementos importantes para lo que quisieran describir en cada momento. Así fue como el científico se convirtió en intérprete del mundo microscópico.
Estas limitaciones, unidas al carácter rudimentario de las ópticas de los primeros microscopios y de los incipientes métodos de tinción, condujeron a fisiólogos e histólogos a ver en el cerebro el campo idóneo para la expresión artística. Ese "puente fascinante" entre ciencia y arte ha inspirado a uno de nuestros neurocientíficos más eminentes, Javier DeFelipe, un libro de gran formato y exquisita factura, El jardín de la neurología, publicado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Boletín Oficial del Estado (BOE).
El subtitulo del lujoso volumen explica ya bastante sobre sus intenciones: Sobre lo bello, el arte y el cerebro. DeFelipe lo explica con más detalle en el prefacio al indicar que ha sido su intención seleccionar una galería de imágenes del sistema nervioso -de hombres y animales- que, "de una manera asombrosamente estética, representan conceptos y descubrimientos importantes en el ámbito de la neurociencia".
La finalidad del libro no es otra que mostrar tanto al entendido como al lector normal que «el estudio del sistema nervioso no sólo es relevante porque representa uno de los grandes retos de la investigación de las próximas décadas, sino porque posee una insospechada belleza natural», desvela el profesor de investigación del CSIC, líder del Cajal Blue Brain y codirector y coordinador científico del proyecto mundial Human Brain Project.
El jardín de la neurociencia, que toma su nombre de la expresión empleada por Santiago Ramón y Cajal, pone de manifiesto la belleza intrínseca del cerebro, pero ofrece además un ángulo sorprendente de la cuestión: el insólito parecido que guardan las imágenes del sistema nervioso obtenidas mediante las modernas técnicas de imagen con las creaciones de grandes pintores e incluso con obras de arte naturales como el plumaje de un pavo real.
DeFelipe señala que las imágenes que ofrece el microscopio de luz polarizada de los neurotransmisores cristalizados más importantes del cerebro -glutamato, GABA, noradrenalina, serotonina, acetilcolina y dopamina- «se parecen a las pinturas cubistas o al arte abstracto de Franz Marc o Juan Gris».
En la estampa multicolor que ofrecen las neuronas sensoriales de la raíz dorsal de un embrión de ratón, el investigador advierte un parecido indudable con un cuadro de Marc Chagall, The dreamer, y es difícil quitarle la razón cuando establece un paralelismo entre la imagen de una progenie de neuroesferas y una pintura de Joan Miró, y entre una cascada de fibras musgosas en el cerebelo y un cuadro de Monet.
En el aspecto que muestran tres axiones motores, resaltados en color amarillo y azul, del músculo de un ratón transgénico de camino a sus dianas, las fibras musculares, DeFelipe ve muy verosímilmente un florero pintado por Paul Cézanne.
Las expresiones de aromatasa, que es la enzima responsable de la síntesis de estrógenos, sugieren por su parte deslumbrantes creaciones de la naturaleza. Una de ellas, correspondiente al cerebelo, recuerda al plumaje policromado del pavo real, incluidos sus característicos ojos. Otra revela la aromatasa en astrocitos después de una lesión cerebral y evoca la presencia de fuego en el cerebro, lo que resulta quizá una metáfora certera de la realidad.
El planteamiento de DeFelipe, tan bien sustentado en las imágenes de gran calidad del libro, se antoja una demostración de cómo la vida puede imitar al arte y, dejándose llevar por el ejemplo del investigador, permite refutar la convicción que recorre todo el arte del siglo XX acerca de la incapacidad de la naturaleza para crear belleza verdadera.
Desde los impresionistas, los artistas plásticos parecieron hacer suya la idea de Baudelaire de que «la naturaleza no tiene imaginación». El padre del simbolismo literario quería «las praderas teñidas de rojo, los ríos amarillo de oro y los árboles pintados de azul», y los pintores de la vanguardia se lanzaron en tromba a ese proceso de emancipación del naturalismo.
Los sorprendentes giros de la vida han querido que, como postula DeFelipe, las imágenes del cerebro recuerden justamente a algunas de esas obras que huían de forma deliberada de la representación exacta de la realidad, gracias -eso sí- al desarrollo de la microscopía confocal y a la disponibilidad de nuevos fluoróforos, reactivos de inmunofluorescencia y ratones transgénicos que expresan selectivamente en las neuronas proteínas fluorescentes en distintos colores.
Las nuevas técnicas han abierto otro periodo de inspiración artística que se ha traducido en exposiciones como la famosa Paisajes neuronales, inaugurada en Barcelona en 2006 y presentada posteriormente en 17 ciudades españolas y 15 de otros países.
El comité organizador de Paisajes neuronales escogió como obra estéticamente más atractiva la de Tamily Weissman y Jeff Lichtman, de la Universidad de Harvard, que mostraba la apariencia sedosa del hipocampo con corteza de un ratón Brainbow y a Lidia Blázquez-Llorca le sugería una "paleta de pintor".
Javier DeFelipe se adentra un paso más en su jardín al aventurar que las trayectorias de las fibras nerviosas que conectan distintas partes del cerebro, y que "se pueden visualizar in vivo como un mapa de colores que se obtiene mediante un tratamiento matemático" de las imágenes que ofrece la resonancia magnética, parecen reflejar "el flujo mental del proceso creativo del pintor abstracto o de artistas como Monet o Van Gogh".
Absorto ante «el asombroso parecido entre el arte que crea nuestro cerebro y la belleza natural de sus paisajes neuronales, especialmente cuando ocurre inadvertidamente para el artista», el investigador alude a las pinturas al óleo de vides del artista Cristóbal Guerra (Gáldar, 1960), tan semejantes a las imágenes que se obtienen mediante el microscopio confocal de las alteraciones de las neuronas más abundantes de la corteza cerebral, las células piramidales, en enfermos de Alzheimer.
Las placas de beta-amiloide típicas de esta enfermedad presentan semejanzas claras con las nebulosas y otros cuerpos celestes que hacen meditar al autor sobre la relación «entre el macrocosmos y el microcosmos» y le sitúan ante el vértigo de observar al mismo tiempo la diferencia entre las dimensiones formidables de un agujero negro, por ejemplo, y las pocas millonésimas de metro que mide una de las citadas placas.
El deterioro cognitivo progresivo del mal de Alzheimer, sumado al hecho que sus alteraciones van afectando a regiones cada vez más amplias del cerebro, trae a la memoria del científico la famosa pintura de Van Gogh La noche estrellada.
"En este cuadro las estrellas son como las placas que parecen moverse (propagación de las placas) impulsadas por un viento -los trazos en forma alargada que aparecen en la parte central del lienzo- que invade el cerebro del paciente", escribe DeFelipe, que concluye lo que, con todo su poder evocador y el mejor espíritu "intruso", es sólo una parte de esta obra monumental ensalzando el "bello ejercicio mental" que representa "intentar que ambos universos se condensen en nuestro cerebro a través del arte y la ciencia".
Tan admirador de Ramón y Cajal como de Juan Ramón Jiménez, Javier DeFelipe reivindica la prosa poética del autor de Platero y yo como otro puente que enlaza disciplinas que necesitan unas de otras para dar cuenta de una realidad cuya comprensión de todas maneras se nos escapa.
"Magnífica síntesis de arte, ciencia y humanidad", en palabras de Eudald Carbonell, el libro no se limita al sugerente ejercicio de establecer analogías entre imágenes reales y obras de arte sino que también expone los avances y retos de la neurociencia actual además de recorrer la historia de la neurona y de los métodos que se usaban en los albores de esta rama del saber que aún hoy sigue siendo la más enigmática, como indica el paleontólogo y arqueólogo gerundense en la presentación del volumen editado por el CSIC y el BOE.
A su innegable utilidad científica, pues cada ilustración lleva su leyenda original y su fuente bibliográfica exacta, El jardín de la neurología añade un cuerpo principal de bellísimos dibujos de la época dorada de la creatividad artística aplicada a la neurociencia. Esas recreaciones salieron de los pinceles de grandes pintores como Santiago Ramón y Cajal, Camillo Golgi o Anders Retzius, que al mismo tiempo estaban fundando la neurociencia moderna.